La Pulga y CR7 rompen el molde cuando y como quieren. El próximo 29 se
enfrentarán en el Camp Nou. Hoy dominan el planeta fútbol. ¿Quién es el
mejor del momento?
El próximo 29 de noviembre, el Camp Nou será el escenario del duelo más
esperado y con mayores condimentos de este semestre. Real Madrid, líder
de la liga española, visita al Barcelona, en el partido del cual se
proyecta que alcance o pueda superar en millones de televidentes a la
final de la Champions League o a la del Mundial de Sudáfrica, ambas en
mayo y julio de este año, respectivamente.
Si a principios del campeonato español, también conocido como “La Liga
de las Estrellas”, se presumía que el gran protagonismo iba a estar del
lado de los entrenadores Pep Guardiola y José Mourinho, el presente de
las dos mega figuras del Blaugrana y del Merengue ha logrado eclipsar no
sólo a sus directores técnicos respectivos, sino también hasta a
cualquiera de los otros veinte jugadores en cancha, entre otros los
consagrados Casillas, Piqué, Puyol, Özil, Iniesta, Xabi Alonso, Higuain,
Xavi, Di María, Dani Alves, o Marcelo, por ejemplo.
¿Qué
une y qué
separa a los dos futbolistas más creativos y desequilibrantes que hoy domina el mundo futbolístico?
Messi necesita sentirse útil al equipo y Cristiano Ronaldo sobresalir a su equipo.
Son dos posturas, con puntos en común respecto de su gravitación como
referentes, pero opuestas en cuanto a cómo vive el fútbol cada uno. Uno
es un
crack del fútbol; el otro es una
estrella, no sólo del fútbol.
Definir las cualidades técnicas de cada uno terminaría cerrando el
círculo en una muestra de lugares comunes, porque tanto La Pulga como
CR7 parecieran haberlas acaparado todas.
Son privilegios de futbolistas que aparecen de tanto en tanto, uno o dos
por décadas. Y que se posicionan en la memoria colectiva al lado de
quienes han roto el molde: Di Stéfano y Cruyff, por citar una
comparación a mano.
No es sólo una casualidad la de evocar a quienes marcaron una época en
el Real Madrid y en el Barcelona, los mismos clubes que consagran o
ningunean conforme a parámetros únicos e incomparables.
Di Stéfano condujo una delantera de excepción en los merengues, con alas
e interiores que llegaban en bloque de cinco a definir en el área.
Cruyff fue un estratega excepcional, no sólo en el Barça, sino también
en el Ajax y en la Holanda’74, con una marca registrada en el cambio de
ritmo y la gambeta en los metros finales, allí donde muchos se nublan y
patean sin importarles que la pierna rival tape el arco.
A Lío y a Cristy les es casi una costumbre no pasar más de uno o, como
mucho, dos partidos, sin marcar un gol. Y tienen experiencia sobrada en
lograr dos o tres en un mismo partido. Casi que ni se desesperan si la
pelota no termine en la red en las primeras ocasiones; a la larga – se
convencen – el gol los buscará como la ola a la playa.
Messi y Cristiano Ronaldo comparten la cualidad más desequilibrante en un futbolista técnico:
potencia más velocidad. Si éstas no estuvieran asociadas, el camino hacia consolidarse quedaría un par de escalones abajo del concepto de crack.
Un buen o hasta un muy buen jugador no es lo mismo que un crack. Y no todos los crack son iguales: Maradona y Pelé estuvieron por arriba de Di Stéfano o Cruyff, por ejemplo.
La Pulga fue incorporando con el tiempo una característica propia de
ejecutor de toma de decisiones por fuera del sistema de juego. Ésto, sin
embargo, no implica que cuente con total libertad de movimientos,
ajenos al conjunto.
Guardiola se convenció de que su trabajo principal era hacer armónico al
equipo entre sus líneas, bajo el patrón del buen pie en todas las
posiciones, incluso en zona defensiva y cuando se es atacado por el
rival.
Cuando se logra el equilibrio, Messi busca posición por donde se le
ocurra, tal como si fuera un líbero de ataque. Pero no todo el juego
pasará ni dependerá de él, ya que uno solo de sus retrocesos – hacia el
centro o hacia las bandas – arrastrará hasta dos o tres marcas,
liberando al resto de, consecuentemente, dos o tres rivales. Ergo: la
Pulga, por el sólo hecho de no estacionarse, fabrica espacios para que
el equipo lo aproveche.
Mourinho, cuya brillantez en la táctica ya ni se discute, programó un
Real Madrid en el que Cristiano Ronaldo siempre aparece libre por más
escalonamiento zonal o marcación personal se le destine.
Es clave el fenomenal Xabi Alonso como distribuidor de juego en el
primer pase, porque desde allí se abren en abanico Khedira, Özil,
Higuain, Di María y alguno de los laterales –Sergio Ramos o Marcelo –
para que el ancho de la cancha se aproveche por los costados y hacia
allí deban ir a cubrir espacios los volantes rivales.
En consecuencia, al aprovecharse los setenta metros horizontales del
campo, el sistema provoca que CR7 interprete por dónde y cuándo
aparecer, sin necesidad de comandar el ataque sino sirviéndose de los
huecos que le provocaron sus compañeros al salir en velocidad por
afuera.
Cristy sabe meter el freno y dar cátedra de su manejo poco usual de los
dos perfiles – lleva el balón con derecha o izquierda, según opte – y
mete una gambeta en velocidad que obliga al defensor a decidir si lo
espera, lo atora o lo saca hacia un costado (tarea compleja a resolver
en décimas de segundos). Así, el portugués encara en el uno contra uno
en los bordes del área o ya dentro de ésta, sabiendo que su adversario
puede cometerle penal si es que calcula mal como cruzar la pierna o
barrer abajo.
Messi y Cristiano Ronaldo llegan en su punto óptimo al gran duelo. Pero
quieren más. Siempre van por más. Son inconformistas, por sobre todo. Y
tan viscerales como sanguíneos; lo expresan a su manera: uno desde la
introspección y el otro desde la exteriorización. Saben que el mundo
está pendiente de ellos.